«Hay algunos que despiertan a sus recuerdos dormidos.
Diez años siempre me han parecido mucho tiempo. Las veces que he dado uno de esos test psicológicos en donde me preguntan qué quiero ser dentro de diez años, mi respuesta era vaga o, simplemente, pasaba a la siguiente. No sabía la medida de diez años, más allá de los días del calendario. Hasta que miré mi vida por el retrovisor y me puse a pensar en las cosas que me habían pasado en una década. Recordé, entre otras, el año que salí del cole, la primera vez que tuve sexo y, sobre todo, el haberme perdido el concierto de Andrés Calamaro en la playa El Silencio. Cuando a inicios del año pasado anunciaron su regreso, cual concierto de dejavús, vinieron a mi mente años de esperanzas, frustraciones, locuras, noches desperdiciadas y, sobre todo, de ausencia. Una ausencia central e inspiradora: la del Salmón. Tuvo que venir él y desplegar su rebeldía sonora, para que pudiera entender el verdadero peso de diez años. Diez añazos para la gente que se llenó la cabeza de arena y rock n’ roll aquel día de sol, como también para los que no pudimos ganarnos. Diez años durante los cuales había escuchado sus canciones que confiesan todo, al punto de adoptarlo como el fantasma de un dios imaginario, como el amigo ausente que nadie me presentó.
Tal fue mi ansiedad antes del Día C, que me propuse escribir una crónica sobre su concierto en Lima pero, finalmente, no la llegué a hacer. Días después le comenté a una amiga, con el riesgo de que sonara a excusa, que tenía muchas cosas que sentir pero poco que decir con respecto a la actuación de Andrelo. Sin embargo, el último sábado, en la Noche de Barranco, rondó el espíritu de su concierto. Quizá porque la mayoría de asistentes eran los mismos que estuvieron ese día de octubre, o porque los tres grupos que se presentaron pudieron sublevar, en cierto modo, al Comandante Porrito. O quizá porque estaba hecho un jodido nostálgico, al punto de haberle pasado la voz a la misma mancha con la que fui a su inolvidable concierto. La nota es que llegué solo aquel Sábado de Gloria. Eran las diez y treinta. Después de saludar a algunos k-lamares, me fui al segundo piso a sentarme junto a un amigo y su pareja. Él, abstraído de la conversación mientras escuchaba «Los mareados», creyó que ya había empezado a tocar la primera banda; sin embargo, no había ni un pelo en el escenario. La gente empezó a presionar con silbidos para que el flashback empezara. La expectativa por revivir las canciones que tocó el día de su concierto rebotaba en las paredes de La Noche. Hasta que el primer grupo ensayó los primeros acordes de «Algún lugar encontraré». Era Vasos Vacíos, y venían de Chimbote…mejor canción para comenzar no podía ser, Loca... En medio de unos shots de pisco que me invitaron, me contaron que empezaron a tocar covers de Andrés hacía un año. Luego, ganaron un concurso de bandas tributo en Chimbote, siendo ésta su primera gira por provincias, gracias a la gestión del buen Édgar.
De repente, sonó mi celular. La Loca, Fabi y una amiga más estaban afuera de La Night. Fui al encuentro con ellas, nos saludamos y nos sentamos en una mesa, exactamente en el altillo del segundo piso. La Loca y Fabi eran dos sobrevivientes del concierto del Salmón. El escenario se estaba armando fuera del escenario. Era el turno del segundo grupo, Leyendas Urbanas, quienes hicieron una muy buena versión de «A los ojos». En medio de las chelas van y las chelas vienen, y el tul melancólico que cubría La Noche con cada canción versionada, me puse a pensar si existe alguna persona que le pueda gustar Andrés Calamaro y Charly García con la misma fuerza y devoción —como decidir entre Inka Kola y Coca Cola, o entre Pimentel y Huanchaco—, y me acordé que Arturex llevaba con mucho orgullo esa pseudo-infidelidad... Sé que a tí, Loca, también te gusta el bigotón, incluso más que Andrés. Son dos originales y punto... Mientras sonaba «Elvis está vivo» y observaba a Diana y su cámara fotográfica revoloteando por casi la mitad de La Noche, mis amigas empezaban a cantar para ellas mismas, como si viajaran mentalmente a través de las notas musicales hacia aquel domingo de octubre en que vimos por primera vez a un salmón que respiraba y cantaba fuera del agua. «¿Cuándo van a tocar Los Freakies?», me preguntaban cada vez que volvía del baño. Eran más de la una y Los Freakies, que habían sido programados para cerrar el concierto tributo, no aparecían en escena. No tenía idea de quiénes eran, pero al encontrarme en la puerta del bar con el chato Mile —ex Sangre Púrpura, ex La Bulla, edwoodniana cumbia rock—, y después de que me contara que era la primera guitarra del grupo que venía de fondo, supe que el cierre del show estaba garantizado. Sólo faltaba que terminara de tocar el dúo acústico conformado por el genial Lucho Nuñez (voz y guitarra) y Alberto Hernández (teclados) —se mandaron muy buenas versiones de «Flaca», «Quién asó la manteca» y «Sin saber que decir»—, para que Los Freakies subieran al escenario. Cuando voy a darles la noticia a mis amigas, me salen con que tenían que irse sin darme mayor explicación… Loca, reías por no llorar… La imagen de nosotros en el concierto de Calamaro se rompía en mil pedazos. Otra vez la moneda caía por el lado de la soledad. Sin embargo, me encontré con otros solitarios, y amigos de solitarios —los alegres pillastres que querían quedarse un poco en las alturas—, con los que celebré los primeros riffs de «Mi gin tonic». Cuando vi nuevamente a mi amigo y su pareja, con quienes me había sentado en un comienzo, él estaba con una cámara de video grabando el concierto. Luego, mi broder me la pasó para que registrara los temas que quisiera. De repente, veo a Arturex a mi costado coreando las canciones. «Ya me cansé de estar en la puerta», me decía. Conociendo de antemano que en anteriores tributos él se encargaba del soporte audiovisual, le alcancé la cámara. Sin embargo, él, sabiamente, me dijo: «No, hermano. Hoy quiero disfrutar». No le faltaba razón. Terminé por devolverle la cámara a mi amigo y me fui a saltar con él. Sonaba «Loco» fusionada con «Corte de huracán», la misma versión que cantó Calamaro en su concierto. La histeria fue total, la melancolía, pura, la catarsis, colectiva. Los Freakies rememoraban aquella apoteósica noche en la que Andrés se ganó anticuerpos y seguidores —fiel a su estilo— entre las veinte mil personas que asistieron, por decir la verdad salvaje, la del Salmón: «Los invito a la primera convención mundial de cámaras digitales». Los Freakies cumplían y prometían. De pronto, interpretaron «Cuando te conocí» y La Noche se vino abajo… el temón que Calamaro nunca interpretó en vivo y te lo perdiste, Loca… Junto a «Días distintos», era la canción que más esperaba que cantara Andrés el año pasado, pero nunca la tocó. Luego, continuaron con una buena selección de canciones del Alta suciedad —«Me arde», «Crímenes perfectos»—; de Honestidad brutal —«Socio de la soledad», «Eclipsado», «Victoria y Soledad», «Mi quebranto»—, celebrando sus diez años de nacimiento; pasando por la enriquecedora etapa de Andrés en Los Abuelos de la Nada —«Lunes por la madrugada», «Sin gamulán», «Así es el calor»—, con tremendos solos de saxo; y de los estoneros Los Rodríguez —«Dulce condena», «Sin documentos», «Me estás atrapando otra vez»—; cerrando con la imprescindible «Ok perdón».
Los Freakies no hacían extrañar a otras buenas bandas peruanas como Lucho Nuñez & Los Surfers, Blank Idea, Ouput Input, La Pálida, Farmacia. Cuando la noche calamariense parecía haber llegado a su clímax, el vocalista de Los Freakies anunció que Marcelo Motta iba a acompañarlos en el escenario para tocar una rola más; la última. La Noche se levantó y se vino abajo de nuevo. El chato Mile le entregaba su guitarra al virtuoso músico de Amén. En el momento que la mayoría del público esperaba la legendaria «Paloma», sonaron los primeros acordes de «100 pájaros volando» de Los Rodríguez, con Marcelo haciendo los solos más ácidos de la noche.
Me fui del bar barranquino sin despedirme; mil recuerdos me acompañaron. Entre ceja y ceja me llevaba la imagen de aquel tío de más de setenta años que entonaba las canciones de Andrés como si fuera parte de la generación de Alta Suciedad… yo también probé primero al olvido, a lo ajeno, Loca... Cuando me subí a la cúster que me llevaría a Aviación, me encontré con Md, un amigo con el que también fui al concierto del año pasado, y se venía de Miraflores. Nos bajamos en la siguiente esquina y seguimos bebiendo hasta que el sueño venga. A las cinco de la mañana tomé nuevamente la cúster que me llevaría a Aviación pero, al llegar a la plaza de Surco, se quedó trancada. La procesión del Señor Resucitado y de la Virgen La Dolorosa estaba por iniciarse. Fuegos artificiales iluminaban el cielo aún oscuro. Me bajé sin pagar y, mientras caminaba y confundía entre el incienso y el olor a Head & Shoulders de la multitud, me puse a pensar que diez años después era mejor volver a empezar.
Aldo Pancorbo.
3 comentarios:
Buena reseña...
si, definitivamente esa noche quedará muy dentro.
Gracias kalamares!
Para ser la primera vez que asisto a un Trib. a Calamaro, me parecio chevere =D
Y la pase aun mas chevere estando con mi enamorado.
Por ahi una amiga me dijo que habra uno en Agosto asi que espero la invitación.
Gracias K-lamares!!!
Buena nota, grandes Andrés.. en algun lugar encontraré.
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